jueves, 11 de diciembre de 2008

Dos meses

Mi princesa,

Hace dos días cumpliste dos meses de nacida. Hubiera querido escribirte ese mismo día, pero tu mamita y yo estamos tan absortos en cuidarte que cuando por fin termina todo y tengo algo de tiempo, me siento tan cansado que empiezo a cabecear frente a la computadora. Así, decidí robarme algo de tiempo en la oficina para poder escribirte estas líneas y decirte que estos han sido dos de los meses más felices de mi vida, solamente por el hecho que tú ya entraste en ella.


Esta semana será también importante porque pasará algo que aunque se hace casi siempre como un evento meramente social, es en realidad trascendente: vas a bautizarte. Desde hace muchos años he escuchado -y seguramente se seguirá escuchando cuando leas esto, y continuarás oyéndolo cuando tengas mi edad- que los padres no deberían bautizar a sus hijos y más bien les deberían dejar elegir luego qué camino espiritual seguir. Para mí eso tiene tanta lógica como no enseñarte a hablar porque de repente lo que quieres más adelante es expresarte en japonés. Pero no te preocupes, no pienso hacer un tratado sobre el tema. Tu mamita y yo lo hacemos porque queremos que estés más cerca de Papá Dios, porque queremos desde un principio darte todo lo mejor y todo lo bueno que podamos darte, y porque no hay ningún regalo que se compare a ese.

Hemos visto estos días, con sorpresa y también algo de maravilla, cómo estás creciendo. La semana pasada te vi echada en la mecedora y de pronto me di cuenta que tu carita era más grande. Luego, cuando te cargué, puse mi mano en tu espalda y me di cuenta que abarcaba un poco menos de ella. Por supuesto, tu peso también ha aumentado, y no necesitamos una balanza para saber que estás pesando bastante más que cuando cumpliste tu primer mes. Y si así es para nosotros, que te vemos todos los días, ¿te imaginas cómo es para tus abuelos, que te ven con menos frecuencia? simplemente, cada vez que te ven, aparece la exclamación "¡cómo ha crecido!".

Tengo que confesar también que no importa cuánto tiempo haya pasado desde que comenzaste a sonreir ni cuántas veces lo hagas; siempre es emocionante verte cuando ríes y más aún cuando sueltas una pequeña carcajada. Cada vez que pasa, sobre todo cuando llego de la oficina y te encuentro en brazos de tu mamita, recuerdo la frase final de una preciosa canción que es parte de la banda sonora de una película y que usé para el video de tu ecografía: when the day has gone gray / nothing's wrong when Molly smiles. Tu papá es un sentimental, perdóname.

Otra cosa que nos encanta a tu mamita y a mí son las pequeñas "conversaciones" que tienes con nosotros. Si estás despierta y no estás llorando o renegando por hambre o incomodidad (y nota que escribí renegando) y estamos hablándote, nos contestas con un "uuuuuh", "aaaaagu" o simplemente un "¡ah!", generalmente seguido de una mirada al techo, a tus móviles o a nosotros. Creo que te comenté antes que ya habías empezado a coger cosas, muy ligeramente. Ha habido un cambio importante: a veces, cuando estás lactando del pecho de tu mamita, te agarras a su camiseta o blusa como si no quisieras que te arrancaran de allí. Tu mamita debe tranquilizarte y susurrarte que no te preocupes, que siempre va a estar contigo, y sólo entonces la sueltas. No estés nerviosa. Tu mamita y yo vamos a estar contigo siempre, hasta que Papá Dios lo permita.

Resulta increíble para tu mamita y para mí cómo ha cambiado algo de nuestro carácter. A veces te vemos en otros niños, sobre todo en los desvalidos, y nos parte el alma ver a un niño o a una niña pedir limosna. Te vemos en él o ella y se nos hace insoportable la idea que pudieras estar desprotegida y sin defensa. Ni qué decir de las noticias de la TV, cuando hay alguna desgracia relacionada con un niño o niña. A veces, simplemente, no podemos verla. Lo curioso es que antes de tu llegada, nos habíamos acostumbrado a vivir con todo ello, con una indiferencia total. Este reabrir los ojos es otra de las bendiciones que han llegado a nuestras vidas a través tuyo.

Hoy en la mañana me desperté un poco más tarde de lo normal para venir a la oficina. A mi celular se le había acabado la batería, así que puse la alarma en el de tu mamita. Pero no me di cuenta que su celular no tenía la hora correcta, y nunca sonó... cuando me desperté, tuve que correr para ducharme y cambiarme. Pero mientras lo hacía, tuve que detenerme, coger la cámara y tomarte esta foto.


¡Duermes igual que tu mamita, con las manos a un lado de la cabeza!

Te quiero mucho, mi vida.

Tu papá.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Una maravilla la última foto. Dale un besito en su chachete de mi parte.