miércoles, 22 de octubre de 2008

Tus primeras sonrisas

Mi princesita,

No escribiré mucho esta noche. Falta poco para la una de la mañana, y tu mamita, que quiso echarse en la cama antes de darse una ducha, cayó rendida y duerme ahora en nuestra cama, que está al costado de tu cuna en nuestro cuarto. El tenerte con nosotros, tan pequeña y frágil, implica que pongamos todo nuestro esfuerzo en cuidarte, y eso -sobre todo para ella, que debe alternar entre tus pañales, darte de lactar, tu limpieza y el lidiar con la casa- la agota. Pensé en despertarla para que se duche, tal como ella quería, pero mejor la dejo descansar. Total, seguramente dentro de un rato deberemos levantarnos cuando sea hora nuevamente que tomes tu leche. Mientras, aprovecho para sentarme enfrente de la computadora y contarte un par de cosas, mientras escucho desde el cuarto la respiración de tu mamita y tus gemidos esporádicos.

La primera es que hoy, 12 días después de tu nacimiento, se desprendió tu cordón umbilical. O mejor dicho, lo que quedaba de él, luego que involuntariamente tu mamita lo jalara mientras te acomodaba la ropa. La pobrecita se puso muy nerviosa creyendo que podría haberte hecho daño, pero lo cierto es que el cordón ya había empezado a caerse. Ahora tienes un hermoso ombligo chinito, tal como lo tenía tu mamita cuando aún estabas en su vientre.

La segunda es que el fin de semana logré tomar una foto de una de tus primeras sonrisas, que comenzaron a aparecer a mediados de la semana pasada. Sé que ahora son sólo reflejos faciales y no necesariamente están de acuerdo con tu estado de ánimo, perdóname. Pero es emocionante para un papá primerizo ver a su hija sonreír. Algún día tu mamá te contará cómo me puse cuando te vi curvando los cachetes por primera vez mientras te tenía en brazos. Luego de eso, dispuesto a tomarte una foto, tuve la cámara permanentemente en el cuarto, pero nunca alcancé a registrar ninguna... hasta este último sábado, que pude tomar tres. Mira, ésta es la foto que más me gusta:


Vamos a cambiar papeles. Esta vez seré yo el que use babero, y éste dirá I love my daughter. ¿Te parece?

Tu papá.

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viernes, 17 de octubre de 2008

Bienvenida, hijita

Mi Alessita,

Ayer cumpliste una semana de nacida. Hubiera querido escribirte más rápido, pero la dedicación directa de tu mamita y mía hacia ti, junto con el trabajo que no puedo dejar de lado en la oficina, no me dejaron. El cansancio fue otro factor importante: lo más que hemos logrado dormir de corrido han sido cuatro horas, y ha sido justamente anoche. Las noches de inicios de esta semana fueron casi en vela, con una hora o menos de sueño ininterrumpido. Ya sabemos con tu mamita que si lloras puede ser por tres cosas: hambre, pañal sucio o gases. Afortunadamente, de este último no hemos tenido casi nada, porque tu papá se ha vuelto un campeón haciendo que botes el chanchito. No sufres frío o calor, porque tu mamita se ocupa de esos detalles escrupulosamente a pesar de su cansancio (cosa que es admirable, porque si yo estoy cansado, ella lo está aún más: mi trabajo contigo empezó hora y media después de tu nacimiento, casi a las 9:30 de la noche; el de tu mamá, doce horas antes, cuando llegamos a la clínica).

No tengo muchas fotos de lo que pasó ese día. Lo que sí tengo es un video, pero que aún no puedo poner aquí por cuestiones tecnológicas (traducción: tengo que pasar las imágenes que están en la cinta al formato digital). Lo que sí puedo hacer es contarte todo lo que pasó ese día. Espero que la memoria no me falle.

En la última cita que tuvimos con la doctora de tu mamita (el lunes 6, luego que tu mamita no tuviera contracciones de parto todo el fin de semana), ella nos dijo que ya estabas lista para nacer. Los nueve meses de gestación se cumplían el viernes 10 de octubre, cuatro días después, pero ella prefería que salieras ya de la pancita de tu mami por el cordón umbilical que tenías enrollado en el cuello (la circular, ¿recuerdas que te conté?). Total, ya no había casi diferencia: ya estabas completamente formada y lista para salir. Nos preguntó si queríamos que nacieras el 8 o el 9 de octubre. Tu mamita prefirió que fuera el 9, pues quería asegurarse de tener todo listo. Entonces, fijaron el momento cumbre para el jueves 9 de octubre a las 9:00 de la mañana. La doctora iba a inducir el parto.

La noche previa, tu mamita y yo casi nos comíamos las uñas de la ansiedad. Esta fue tanta, que dormimos poco, sólo algo más de dos horas. A las 6:30 de la mañana estábamos despiertos, y un taxi que pedimos que nos fuera a recoger estuvo en la puerta del departamento 8:40. Cuando subimos al taxi, parecía que nos íbamos de viaje: tu mamita estaba bien abrigada (yo me puse una chompa con cuello de tortuga, cosa de la cual me arrepentí los siguientes dos días) y llevábamos tres maletines: uno con las cosas que ibas a necesitar tú, otro con las que iba a necesitar tu mamá, que era más grande, y otro que contenía la filmadora. Aunque hubo tráfico, tuvimos la suerte de llegar a la clínica a las 9:00 de la mañana en punto. Allí nos dio el encuentro tu abuelita Elba, que había pedido permiso para no ir a trabajar ese día.

Una enfermera vino a recoger a tu mamá y la llevó a un ambiente con nombre de cuarto de tortura: la sala de dilatación. Allí es donde las mamás que van dar a luz esperan que su cuello uterino se haya ampliado lo suficiente para proceder al nacimiento. Al inicio, no me dejaron entrar con ella, así que me quedé afuera esperando con tu abuelita Elba.

Un rato después, pude entrar. La sala de dilatación es un cuarto rectangular relativamente grande, con tres ambientes divididos por biombos, y en cada biombo hay una camilla y máquinas para monitorear la salud de los bebés y las mamás. Tu mamá ocupaba justamente el ambiente central, y cuando entré sólo había otra mamá ocupando el ambiente a su derecha. Le habían puesto unas correas en su pancita, con unos sensores que detectaban las contracciones y tus latidos cardíacos (recuerdo que tu promedio de latidos era de 130 por minuto). Tenía ya conectada a una vena un conducto que hacía ingresar a su sangre suero mezclado con una hormona (cuyo nombre, si no me equivoco, es oxitocina). La misión de esta hormona era provocar el comienzo de las contracciones. Así pasó un rato, y aunque las contracciones de tu mamita aumentaron, no fueron muy fuertes. Luego nos enteraríamos que eso se debía al gran cansancio que tenía. Fueron días difíciles para ella los de la última etapa de llevarte en su vientre.

A las 11:30 de la mañana, llegó la doctora. Me pidió salir un momento del pequeño ambiente donde estaba tu mamá y cerró una cortina que impedía la visión desde fuera. Hizo a tu mamita un examen usando la mano, envuelta en un guante. Del otro lado de la cortina, yo escuchaba a tu mamá gemir un poco, y es que el examen duele. De un momento a otro, sus gemidos se volvieron más intensos y por su voz me di cuenta que estaba llorando. Está demás decirte que me asusté. Pasó un momento y la doctora descorrió la cortina.

¿Qué había sucedido? tu mamita no dilataba. Tan simple como eso. Cero de dilatación. Sí, habían contracciones; pero el cuello uterino, por donde debías viajar para salir, estaba cerrado. Entonces la doctora hizo algo que aceleraría el proceso: rompió la fuente. Esto se refiere al hecho que la doctora rompió manualmente la membrana que contenía el líquido amniótico, en el cual tú te encontrabas. Ese fue el momento en el que tu mamita comenzó a llorar. Con la membrana rota y el líquido amniótico escapando, el proceso de parto se volvería más rápido. Lo malo es que también más doloroso (a eso se le llama parto seco).

No me olvido hasta ahora de la cara de tu mamita cuando entré. Estaba llorando, se notaba que le dolía mucho. Lamentablemente, no pude hacer mucho más que acompañarla. Como sólo estaba permitida la compañía de una persona a la vez, me alternaba con tu abuelita Elba y luego con tu abuelita Amanda para estar con ella. Cada vez que entraba la encontraba con mayores dolores, pues las contracciones iban subiendo en intensidad cada vez. Lo que me hacía sentir mal era que no podía evitar el dolor, pues la anestesia que se usa en el embarazo (a través de una inyección especial llamada epidural) recién era aplicada cuando el cuello uterino tenía cuatro o cinco centímetros de apertura. Antes de eso, como dijo la doctora a tu mamita en alguna visita con relación al dolor que sentía, "así es el trabajo de parto".

No quiero entrar a detallar más lo que pasó tu mamá en esos momentos. Será suficiente decir que finalmente, la doctora tuvo que aplicar la mitad de la dosis de la epidural antes de lo esperado, cuando tu mamita tenía tres centímetros de apertura, a insistencia de la obstetriz que la cuidaba. La magnitud del dolor era inmensa. Para ello, me hicieron salir ya no sólo del ambiente donde estaba ella, sino de la sala, y tuve que esperar donde había estado antes con tu abuelita Elba. Para este momento, tus dos abuelitas estaban ya estaba en la habitación que la clínica te había asignado (la 112). Eran ya casi las cuatro de la tarde.

Al rato, salió la doctora y me dijo que tu mamita estaba descansando y que la relajación que le provocaría la epidural haría que la dilatación fuera más rápida. Me sentí muy aliviado pues tu mamita no estaría sufriendo tanto. No me quedó entonces otra que seguir esperando en la habitación con tus abuelitas.

Hora y media después (5:30, más o menos) la doctora nos dijo que tu mamita estaba en dilatación 5 (es decir, cinco centímetros). Tus abuelitas y yo nos miramos, pues aún era poco (¡tenías que llegar a 10!). Ella y nosotros pensamos incluso que a ese ritmo, terminarías naciendo a la media noche. En ese momento, la doctora aplicó a tu mamita la segunda mitad de la dosis de la epidural, y eso le permitió descansar un rato más.

Casi a las siete, tus abuelitas fueron a la cafetería de la clínica. Cuando acababan de salir, la doctora se asomó al cuarto y me preguntó si de todas maneras iba a participar en el parto. Me quedé de una pieza: resulta que con la segunda dosis, en hora y media tu mamita había dilatado por completo. Le dije "¡por supuesto!" y me levanté con la cámara en una mano. Tu tío Jose, que había llegado hace poco, fue a buscar a las abuelitas y yo me quedé en la puerta de la sala de partos. Al cabo de cinco minutos, me llamaron y me dieron un protector para la cabeza, para la boca, para los zapatos y un mandil para cubrir la ropa. Estuve casi un minuto (que pareció horas) tratando de ponerme los protectores para los zapatos que no me quedaban, así que la enfermera se fue y regresó con dos bolsas plásticas que, inevitablemente, tenían que quedarme. Fue así como finalmente entré, y vi a tu mamita recostada en una cama cuyo respaldar luego estuvo casi vertical y con las piernas separadas y apoyadas en unos receptáculos que servían justamente para eso. Delante de ella estaba sentada la doctora.

No puedes imaginarte la sensación que tuve en ese momento; fue como la que te conté que tenía en otras oportunidades, con presión en el pecho y todo, pero aumentada diez veces. No voy a contarte mucho más del parto; dejaré que veas el video, que habla por sí solo. Vi cómo tu mamita pujaba con su vida; cómo no salías, pues el cordón enrollado en el cuello no te dejaba; cómo la doctora cortó a tu mamita para que pudieras salir más fácilmente y también cómo cortó tu cordón. Y cuando naciste, las imágenes que siempre hemos visto en la TV y que nos formaron una idea de ese momento salieron a flote y la primera pregunta de tu mamá, llorando, jadeando y cansada, fue "¿¡por qué no llora?!". La respuesta de la doctora fue inmediata: "tu bebita está bien, no te preocupes". Un minuto después, luego que el pediatra que estaba participando en el parto te recibiera y te examinara, se escuchó tu llanto (y el nuestro, hay que confesarlo). Lo increíble fue que lloraste un minuto o menos. Te trajeron a nuestro lado ¡y tenías los ojos abiertos!. En ese momento, el pediatra nos tomó esta foto, que ahora se ve malograda luego de pasar por tantas manos.



(Luego nos enteraríamos que a pesar que estaba prohibido entrar a la antesala de la sala de partos, tus abuelas se habían escabullido y escuchaban todo desde la puerta cerrada, y se abrazaron saltando una vez que te escucharon llorar).

Te llevaron a la sala de bebés, donde nos dijeron que estarías hora y media para aclimatarte. Hasta allí te seguí, por indicaciones de tu mamita y de la doctora, que se quedaron en la sala de partos (pues el proceso no terminó cuando naciste). Te bañaron, te pesaron, te pusieron ropa y te dejaron detrás del vidrio que nos permitía verte. Y fue allí donde sucedió algo que nadie me creería, si no fuera porque está registrado en el video. Te llamé: "Alessia, mi amor". Inmediatamente tus ojos y tu cabeza se movieron hacia mi, buscándome. Y sucedió no una, sino tres veces. Ese fue el primer fruto de hablarte mientras estabas en la pancita de tu mamá.

Las enfermeras y la gente que nos atendió todo el tiempo allí fue muy amable y muy paciente. Incluso nos enseñaron a bañarte, a limpiarte y a cambiarte los pañales (algo que para mí, hasta ese momento, era algo así como hacer un triple salto mortal).

Dos días después, el sábado 11, dieron de alta a tu mamita. Pero desde tu nacimiento hasta hoy, un poco más de una semana, pocas cosas han cambiado: te despiertas cada dos o tres horas, sea por tu pañal sucio o por hambre. Con tu mamita coincidimos que es un trabajo durísimo, pues dormimos poco y los horarios no existen. Pero cualquier cansancio se va al tacho una vez que vemos tu carita, con tus cachetotes y tu boquita de flor, y nos llenan las ganas de abrazarte y besarte. Has cambiado nuestra vida, hija mía.

Lo último, antes de terminar: ayer en la mañana fuimos a tu primer control. Resultó que ya estabas recuperando algo de peso (naciste pesando 3.180 kg, y al momento del alta 2.980, lo cual es normal), pues la balanza marcaba 3.06 kg, y no sólo eso, sino que habías crecido: de tus 49.5 cm iniciales, ya tenías 50 cm. Estás creciendo y desarrollándote no sólo con los cuidados que tu mamita y yo te brindamos (ella más que yo, que sólo puedo verte cuando regreso), sino también con todo el cariño que has provocado en ambas familias, que se han unido como nunca. Ese, finalmente, es uno de los milagros que provoca una nueva vida, y por supuesto, Papá Dios, a quien te encomendamos desde que supimos de tu llegada.

Te adoramos, Ale.

Tu papá.

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viernes, 3 de octubre de 2008

Ya... casi, Alessia

Hijita de mi corazón,

Hace unos minutos he conversado por teléfono con tu mamita, luego que saliera de hacerse un monitoreo en la clínica donde la están atendiendo. Están controlando cómo se encuentran ambas (tú y ella), porque esta semana la doctora nos dijo que estaba preocupada luego que viera que tenías el cordón umbilical enrollado alrededor del cuello (a eso le llaman circular). Tu mamita ha estado estos tres días, desde que nos lo dijeron el miércoles, muy preocupada por ello. Nada de lo que le dije pudo tranquilizarla por completo. Sólo ahora, en la conversación que acabamos de tener, la he notado más tranquila.

En realidad, la preocupación no habría sido tan grande si la doctora no nos hubiera contado un problema grave que tuvo con otro bebé que tenía también una circular. Lo que nos contó dejó a tu mamita tan alarmada, que casi no sabía qué hacer. Fuimos a ver a tu abuelita Elba, llamó a una amiga suya y nada. Yo le conté que sabía que uno de nosotros tres (tus tíos o yo) habíamos tenido también circular, pero no sirvió de mucho (al final, me enteré que había sido yo el de la DOBLE circular). La doctora nos dijo que regresáramos dos días después en la mañana (por hoy) para ver cómo evolucionabas, para ver si tus latidos seguían teniendo el mismo ritmo, para ver si algo en las condiciones en las que te encontrabas cambiaba.

Pero bueno, la cosa es que luego de conversar con tu mamita estoy que doy vueltas en la oficina como si estuviera enjaulado: ella me dijo que mientras la monitoreaban, tuvo (según sus propias palabras), "una señora contracción". Eso quiere decir que cuando estaban registrando tus latidos, su pancita se puso muy dura y le vino un dolor muy fuerte en la espalda. La doctora la examinó y le dijo que faltaba muy poco para empezar el trabajo de parto y que lo más probable es que nacieras ya este fin de semana. Y si no fuera este fin de semana, el lunes tendríamos que reunirnos para ver qué hacer (traducción: evaluar la posibilidad de una cesárea inmediata, o al menos muy cercana). Falta muy poco para que pueda tenerte en brazos y siento una mezcla de amor, incredulidad, expectativa, asombro y nerviosismo. Esa sensación en el pecho que alguna vez te conté está presente desde hace rato. ¿Pero sabes qué? no quiero que se me vaya. Mientras te cuento esto, estoy con una sonrisa que casi me permite morderme las orejas. Qué quieres que te diga... estoy feliz.

Un minuto después de sentarme a escribirte, recibí una llamada de mi mamá, tu abuelita Amanda, que quería saber cómo estaba tu mamita y nuevamente me preguntó cuándo me llevaba la cómoda que te había comprado para que la tengas disponible inmediatamente cuando nazcas. Le conté lo que había pasado y también se puso feliz. Es más, si fuera por ella, cargaría inmediatamente el mueble en la espalda y se lo llevaría al departamento para que lo tengas allí. Está muy contenta, como todos en la familia, sólo esperando que ocurra la llamada (¿mi llamada?) anunciando "ya, comenzamos".

Mientras conversaba con ella, tu tío Roberto dijo a modo de broma "no quiere salir porque todavía no tiene nombre". ¿Puedes creer que me lo tomé en serio? hace un minuto dejé esta carta a la mitad y llamé a tu mamita, que estaba almorzando en la casa de tu abuelita Elba (la doctora le dijo que ya no podía estar sola). Le dije que teníamos que decidir tu nombre ya. Finalmente, nos habíamos quedado con tres opciones. Empezamos a conversar y tu mamita me dijo "¿puedo pensarlo mientras termino la sopa?" - "NO", le dije. "Vamos a decidirlo ya, no la hagamos esperar más". Y ha sido así que decidimos que éste sería tu nombre, Alessia Guevara Mendieta, hija mía, segunda mujer de mi vida.

Ahora sí, cuando quieras, ven. Te esperamos.

Tu papá.

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