martes, 14 de abril de 2009

... Y de policías

Mi preciosa,

Tengo que saldar un asunto pendiente contigo. ¿Recuerdas la ocasión en la que te conté sobre los gorgojos y las arañas? te dije al comenzar que habían un par de cosas curiosas que quería decirte y al final terminé sólo narrando una. Bueno, he aquí la otra.

Resulta que unos días antes de escribirte esa carta -creo que la primera semana de febrero- estábamos en el auto de Papepe (el abuelito de tu mamá) tu mamita, tú y yo, que conducía. Era de noche y no recuerdo a dónde estábamos yendo. El auto de tu bisabuelito estaba tuerto, porque a pesar que había salido hacía poco de un taller, tenía algún problema eléctrico que hacía que sólo funcionara el faro izquierdo. Pero no teníamos mucho en cuenta el asunto porque no teníamos problemas de visibilidad.

Lamentablemente los únicos que no daban importancia al tema fuimos nosotros. Cuando doblamos una calle y entramos a una avenida, nos dimos de cara con un grupo de policías que inmediatamente hicieron sonar un silbato y nos señalaron que debíamos estacionar a un lado. Me quedé tranquilo, porque no tenía qué temer; en el peor de los casos, nos multarían por tener una luz mala. Estacioné unos metros más allá y vi por el retrovisor cómo el policía se acercaba caminando lentamente. Llegó a mi puerta y bajé la luna.

- Buenas noches, señor. Licencia de conducir y tarjeta de propiedad, por favor.
- Un momento.

Saqué mi billetera del bolsillo de atrás del pantalón y le extendí la licencia, que el policía inmediatamente se puso a examinar. Ahora, la tarjeta de propiedad. Oh, oh... ¿dónde guardaba Papepe la tarjeta? tu mamita y yo sólo sabíamos que era en un compartimento semi secreto por la zona del timón, que se camufla perfectamente con el resto de la consola, por si los ladrones. Mal momento para que no pueda ser detectada. Mientras me desgañitaba tratando de ubicar el bendito cajoncito secreto bajo las indicaciones de tu mamita (que ya empezaba a ponerse nerviosa) el policía se inclinó hasta la altura de la ventana y me dijo:

- Señor, su licencia ha vencido hace un mes.
- ¿¿¿Qué???

Le pedí la licencia para revisarla, y efectivamente, la fatídica fecha de caducidad de la licencia había sido el 13 de enero del 2009. Fue allí donde mi actitud sufrió un bajón, pues -correcta o equivocadamente, aún no lo sé- siempre me he comportado entre indiferente y desafiante con los policías, pues desgraciadamente muchos de ellos detienen los autos e inventan excusas o agrandan las faltas para pedir dinero a cambio de no llevar el auto al depósito municipal. Y yo nunca estuve dispuesto a pagar ni un centavo de sobornos.

- Caray, disculpe, se me pasó la fecha de renovación...
- La tarjeta de propiedad, por favor -me dijo como si no me hubiera escuchado, y proseguí mi búsqueda en base a tanteos en el tablero y especulaciones con tu mamita.

De pronto fue ella quien habló dirigiéndose al policía:

- Señor, por favor, mi hijita está enferma, no puede estar aquí (lo cual no era una mentira, pues tú habías tenido algo de calentura hacía muy poco).
- Disculpe señora, yo no tengo modo de saber si están en una emergencia o no, sólo estoy cumpliendo mi trabajo -y de nuevo se dirigió a mí- Tarjeta de propiedad, por favor.

Yo, que seguía buscando, me ponía cada vez más nervioso porque no daba con el bendito compartimento ese. Ya no sabía en dónde buscar. Sabía que el no tener la tarjeta es una falta grave, y ya serían dos junto con el hecho de conducir con la licencia vencida. Ya me imaginaba regresando a la casa de tu abuelo en taxi y teniendo que decirle a tu abuelo, con la cara de vergüenza más grande del mundo, que la policía se había llevado su auto. De pronto, tu mamita exclamó en voz alta, con la intención que el policía la escuche:

- ¡Gianmarco, dile por favor al policía que no podemos estar así, que la bebe está enferma!
- Un minuto por favor, estoy buscando la tarjeta...
- ¡No, dile de una vez! ¡si algo le pasa a mi hija, ellos no van a asumir la responsabilidad!
- Amor, por favor, necesito la tarjeta. Llama por el celular nuevamente para ver si te contestan (tu mamita había estado llamando a todo el mundo y no le contestaban, para colmo)
- ¡Gianmarco! ¡habla con el señor!

Dios, empecé a sudar frío. Por un lado, tenía al policía impaciente casi golpeteando el piso con un pie en espera de que le diera la dichosa tarjeta; por otro, tu mamita exigiéndome casi a voz en cuello que hable con él y que lo convenza. Por si fuera poco, los nervios hacían que me cocinara de calor y me sintiera empapado en la frente y debajo de la camisa. Cuando parecía que no faltaba nada más...

- ¡Buaaa!

Sea por el griterío o por la temperatura, empezaste a llorar. Tu mamita cogió uno de tus juguetes y empezó a moverlo frente a ti mientras seguía insistiendo con que no podíamos estar así, pero tú no sólo no dejaste de llorar, sino que aumentaste progresivamente el volumen hasta que se armó un pequeño escándalo. Yo, que no sabía qué hacer, seguía buscando -ya sin esperanzas, sólo haciendo como que de verdad buscaba- el lugar donde la tarjeta estaba guardada.

- ¡Buaaa!
- ¡Alessia! ¿ya ves, Gianmarco? ¿ve, señor? ¡no podemos estar así!
- ¡Buaaa!
- Ya hijita, ya. ¡Por favor Gianmarco, dile que nos escolte a la clínica si quiere! (¿¿¿a la clínica???)
- ¡Buaaa!

Tal vez cansado de la situación, o más bien creo que compadecido de la mía, el policía se agachó nuevamente y me devolvió la licencia.

- Continúe, señor. Su hija tiene que ir a descansar.

Sorprendido, sólo atiné a darle las gracias, a arrancar y a irnos. Apenas empezamos a movernos, dejaste de llorar, y tu mamita fue la primera en hablar.

- Amor, perdóname, sé que te he estresado y te he hecho sentir mal. Nada de lo que te dije fue con la intención de presionarte, sino que lo hice a propósito para que el policía nos dejara ir (no por nada tu mamita es buena abogada). No tenía modo de hacértelo saber con él al lado. Alessia, como si hubiera sabido y hubiera querido ayudar, se puso a llorar. Ahora mírala.

Volteé y sí, parecía que hubieras querido apoyar a tu mamita. Ahora estabas feliz de la vida haciendo risitas con el juguete al que hacía menos de cinco minutos no habías querido hacer caso y mirando a tu mamá mientras te regodeabas de contenta.

Creo que tu mamita y tú serán dentro de poco unas grandes cómplices. Y yo seré el feliz afectado y súbdito voluntario de los complots de dos hermosas reinas.

Te quiero mucho,

Tu papá.
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