viernes, 13 de febrero de 2009

De gorgojos y arañas

Mi hijita hermosa,

Parece que la noche es mi aliada para escribirte. Racional y físicamente, siento muchas ganas de meterme en la cama a dormir, como lo están haciendo ahora tu mamita (que se quedó dormida muy rápidamente por el cansancio) y tú. Sin embargo, y como ya ha pasado antes, las ganas de escribirte son más fuertes y no quiero forzarlas a desaparecer, porque estos días han ocurrido un par de cosas curiosas que quiero contarte.


En casa de tu abuelita Amanda, el último fin de semana


Comenzaré diciendo que aunque ya te lo había contado antes, debo decirte nuevamente que desde la noche en que tu mamita y yo supimos que venías, te encargamos a Papá Dios. No para desentendernos de nuestra labor como papás, sino porque sabíamos el tremendo trabajo que se nos venía encima, y aunque lo hiciéramos con todo el amor del que fuéramos capaces, necesitábamos de Su ayuda. Desde entonces, y casi todos los días, cuando comemos juntos oramos un poquito y pedimos por ti, para que Papito Dios te cuide, te haga crecer sana, inteligente y buena. También pedimos por nosotros, para que nos de la inteligencia, la sabiduría y la fuerza suficientes para ser buenos papás para ti. Y desde esa primera vez, y todos los días, sabemos que Él está contigo y que te protege a través nuestro. Y a veces, a pesar nuestro.

Perdóname si a veces me extiendo en este tema, a riesgo de parecerte anticuado o medio loco. Confío en Papá Dios y sé que Él un día se hará el encontradizo contigo, y entenderás todo esto. Pero bueno: ¿qué tiene que ver todo esto con lo que te iba a contar?

Para cuando leas esto no recordarás nada de lo que vivimos ahora, así que para que entiendas la situación, imagínate esto: el departamento en el que ahora vivimos queda frente a un gran jardín, casi como un pequeño parque, que es de propiedad de un hospital. En ese jardín, como es lógico, viven muchos insectos. Y cuando llega la noche, esos insectos se sienten atraídos por la luz que sale de nuestras ventanas, que se quedan abiertas para evitar en algo el calor del verano. Y es entonces donde aprovechan en colarse, buscando sin cesar la fuente de luz que los atrajo.

La gran mayoría de ocasiones, los insectos que llegan a entrar son gorgojos. Estos son como pequeños escarabajos de más o menos un centímetro de largo que -hasta donde sé- son inofensivos, pero que son bastante molestos porque nos recuerdan constantemente su presencia dándose golpes contra las ventanas y volando pegados al techo, como si buscaran algún tragaluz. El ruido que producen no nos permite descansar y varias veces he tenido que levantarme a matarlos. Y no son pocos: en ocasiones he llegado a contar 5 ó 6 pequeños gorgojos muertos en el piso luego de aplastarlos con una revista.

Como te decía, los gorgojos son inofensivos. Si no fuera por el ruido que hacen, probablemente no les haríamos caso, porque ni siquiera se acercan a nosotros y más bien nos evitan. Lo único que hacen es, además de hacer ruido, buscar un sitio cómodo donde ponerse a disfrutar la luz. De todas maneras a tu mamita le aterran, así que hago de Caballero Mata-Monstruos cada vez que ella ve uno.

Hace algunas noches, tu mamita estaba sentada en la cama dándote de lactar. Te tenía en el regazo con los pies apoyados en el suelo, y a su lado estaba una pequeña manta, regalo de una amiga de ella, sobre la que iba a echarte luego que terminaras de tomar tu leche y te quedaras probablemente dormida. Yo aún no había llegado de la oficina, pero ya estaba en camino.

Todo iba bien hasta que de pronto... problemas. Un gorgojo dándose de golpes en el techo. Venciendo su temor, tu mamita decidió quedarse en su sitio (yo varias veces le había dicho que no tuviera miedo, porque no hacían nada) y siguió dándote de lactar, sin dejar de mirar cada cinco o siete segundos al insecto que parecía que iba a terminar descabezado (o al menos con un gran dolor de cabeza) luego de todos los golpes que se daba. Y así pasaron un par de minutos.

Entonces, el gorgojo se comenzó a mover más frenéticamente, de un lado al otro, siempre en el techo. Tu mamita lo seguía mirando, pero -pobrecita ella- bien plantada en su sitio mientras tú lactabas, a pesar de su miedo. Y el gorgojo dale y dale contra el techo, dando la impresión de que se había vuelto loco, y tu mamita contigo en brazos esperando que terminaras para levantarse y hacer desaparecer al bicho ese con una revista; así la estaba hartando. Me imagino la situación ahora, unos días después que tu mamita me lo contara, y me imagino que el momento sería algo así como de una tensa calma.

De pronto, esa calma se rompió y pasó algo que nunca había sucedido: el gorgojo voló directamente a la cabeza de tu mamita, rebotó en ella y salió volando de nuevo, girando alrededor y dirigiéndose nuevamente al techo. Ya te podrás imaginar la reacción de ella: se encogió contigo en brazos y con la mano que tenía libre trató de espantar al gorgojo, con una mezcla tal de asco y rabia que no aguantó. Dirigió la mano libre hacia la manta, que era el objeto más próximo que tenía, con la intención de aplastarlo. La levantó y...

Una araña marrón, que con las patas medía más o menos como el gorgojo, cayó de la manta al suelo. Tu mamita, muerta de miedo, se olvidó del gorgojo e intentó pisar a la araña, pero ésta se escabulló por debajo de la cama. Era suficiente: salió del cuarto y se quedó cargándote en el comedor hasta que llegué y me contó todo.

Lo que sigue fue simple: a tu papá le tocó casi desarmar el cuarto con la aspiradora en la mano (todo Caballero Mata-Monstruos que se precie de serlo debe tener un buen arma disponible), deshaciendo la cama, sacando las mesitas de noche, tu cuna portátil y la mesa del televisor, hasta que la encontré en una rendija y la araña acabó sus días aspirada. Luego armé todo de nuevo y por fin tu mamita y tú regresaron al cuarto. Nunca pude encontrar al gorgojo que, de algún modo, evitó que tu mamita te pusiera en la manta en la que estaba la araña.

Surgieron entonces las preguntas. ¿Existen las casualidades? ¿por qué precisamente esa noche un gorgojo tenía que comportarse tan raro, moviéndose con una prisa inusitada? ¿quería advertir algo? ¿se cansó de que tu mamita no le hiciera caso y la "atacó"? Puede que a pesar de todo alguien piense que todo lo que pasó fue casualidad. Para nosotros no. Para tu mamita y para mí, fue un pequeño milagro, una muestra del amor de Papá Dios que nos dice que también te está cuidando, una señal que nos hace saber que nuestras oraciones son escuchadas.

Desde esa noche, me siento mucho más acompañado en nuestra labor de cuidarte. Y desde ese momento, tampoco mato a los gorgojos: los encierro en la mano y los suelto en la ventana.

Te adoro, hijita linda.

Tu papá.

PD: Escribí al inicio que te iba a contar un par de cosas, ¿verdad? bueno... la segunda queda para la siguiente carta.
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1 comentario:

Morena dijo...

Qué preciosa está! tan risueña :)