sábado, 7 de febrero de 2009

Moquitos y carcajadas

(Sábado 7, 2:25 am)

Mi querida hijita,

He pasado todos estos días sintiendo la necesidad de escribirte y frustrándome cada vez que las circunstancias no me lo permitían. He sentido la urgencia de estar todo lo cerca que pudiera de tu mamita, que por quererte tanto -y por la poca experiencia que tenemos como papás- se siente tan preocupada por ti y por tu bienestar, que a veces se olvida de sí misma y deja el descanso de lado. ¿Cómo podría sentarme a escribirte una carta teniéndola al frente, agotada y tratando a pesar de todo de seguir adelante ocupándose de ti, sea para cambiarte el pañal, bañarte o incluso darte de lactar, cosa que -jamás se me hubiera ocurrido antes- es agotadora? No hubiera podido. Es inevitable dejar mis cosas de lado y ocuparme también de ti, solo o compartiendo labores con ella (como en el caso de tu baño diario). Es la única manera en que puede relajarse un poco.

Es por eso que me tienes esta noche escribiéndote. Son casi las dos y media de la mañana del sábado, y mientras tú estás en tu cuna portátil y tu mamita está en nuestra cama echada descansando algo, yo te escribo mientras tengo como sonido de fondo la lavadora. Sí, a veces el mejor momento para lavar es de noche, cuando hemos terminado ya de dedicarnos a ti y volteamos el rostro hacia la casa, que es otra de nuestras ocupaciones principales.

Tu mamita y yo estamos planeando mudarnos. La zona en la que estamos está cerca al mar (en línea recta, creo que no llega ni a los 800 metros) y el calor es a veces sofocante. Eso, mezclado con la mayor necesidad de estar más cerca tanto de la familia de tu mamita como de la mía, nos han hecho decidir que -con algo de pena, porque esta casa tiene muchos recuerdos- es hora de buscar algo nuevo. Y está bien, porque es para mejorar.

*****

Sábado 07 de febrero, 9.22 am. Parece que hubieras esperado que pusiera el punto aparte del párrafo anterior para despertarte. Me levanté de la silla, y aunque traté de tranquilizarte para no despertar a tu mamita, era obvio que tenías hambre (y eso lamentablemente es algo que la naturaleza no permite que los hombres solucionemos cuando se trata de lactancia exclusiva). Tu mamita se sentó en la cama con la espalda apoyada en la cabecera y yo me encargué de acercarte a ella. Veinticinco minutos después ya habías terminado, estabas durmiendo de nuevo y eso quería decir que era ahora nuestro turno. Dejé entonces esta carta pendiente, prometiéndome retomarla al día siguiente robándole algunos minutos a la oficina. Y aquí estoy, hijita.

La semana pasada fue el cumpleaños de tu bisabuelita Amanda, mamá de tu abuelita Amanda y abuelita mía. Como siempre, fuiste (al menos por ratos) el centro de atención de la reunión, demostrando una capacidad increíble para sonreírle a todo el mundo sin fastidiarte ni llorar. Como respuesta, recibiste varios besos, abrazos y cargadas, pero también algo que nadie se dio cuenta y de lo cual nos percatamos tu mamita y yo un par de días después: un resfriado.

Si no me equivoco, fue el lunes cuando los primeros síntomas comenzaron. Te empezamos a notar algo decaída, y cuando tu mamita te trajo a mi oficina para encargarse de unos escritos que había que presentar, fuiste languideciendo como si te estuvieras marchitando. Llegó un momento en el que te quedaste dormida, y luego que yo regresara después de salir a comprar un termómetro, te tomamos la temperatura y supimos que estabas con un poco más de 37º C. Técnicamente eso no es fiebre, pero igual nos preocupamos. ¿Crees que tu mamita pudo sentarse para revisar algo de lo que había ido a ver? no, nada. Al cabo de un rato, llamamos a un taxi y se embarcó de regreso a la casa.

Desde ese día (hasta esta mañana incluso, aunque ya estás un poco mejor) hemos sentido por ratos tu nariz con moquitos. La calentura bajó luego de algunas gotas de medicamento y lo que más alivio nos dio fue que poco a poco recuperaste tu vitalidad -claro, tu nariz nos seguía recordando de vez en cuando que aún no estabas del todo sana, pero tus risas y balbuceos regresaron a la normalidad. Bueno, en realidad no: esta semana, te superaste a ti misma.

Fue hace unos tres o cuatro días, cuando fuimos a la casa de tu tía Charo, hermana del papá de tu mamita. Fuimos a conocer (y me incluyo porque yo tampoco la conocía) a otra hermana suya que había venido de viaje y a la que llaman Monina (no me preguntes su nombre real, olvidé averiguarlo). ¿Recuerdas cuando te conté que en Navidad habías estado calmada en brazos de tu tía Pilar un buen rato? bueno, esta vez mientras estabas en casa de tu tía Charo no sólo estuviste tranquila, sino que te reíste de tan buena gana que tu mamita y yo escuchamos tus primeras carcajadas. Afortunadamente Viviana, novia de tu tío Gabriel (e hijo de Charo) estaba allí y con una cámara grabó algunos momentos.




Llegaste para cambiar nuestras vidas. Y mira cómo las has cambiado: hace poco más de un año, tu mamita y yo salíamos casi cada fin de semana a algún lado. Este fin de semana, tú tienes dos fiestitas de hijos de amigos nuestros que cumplen un año. Dos. Y tus papás, ni una. Cómo cambian los papeles, ¿no?

Te queremos muchísimo.

Tu papá.

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